Viviendo en Larache, en la casa grande, ocurrió algo tremendo. Hubo unos días de mucho alboroto, discusiones y llantos. La que lloraba era Angelita, una de las muchachas que trabajaban en mi casa. Angelita, recuerdo que era una preciosidad, tendría 17 ó 18 años, y como no paraba de llorar y yo la quería mucho, me acerqué para preguntarle porqué lloraba tanto. Con su llanto desconsolado y sin apenas poder articular palabras, me dijo que su novio se había ido y la había abandonado. Yo tenía entonces 10 años, era una inocente niña y solo le pude contestar, ¡No llores Angelita, alégrate, con lo feo que es ese tío, tú eres más guapa y tendrás muchos más novios! Pero lo único que conseguí fue que la pobre chica llorara más, y más desconsoladamente.
Crecía el alboroto en mi casa. Vi que vinieron unos militares de La Legión, incluso Guardias Civiles, entraban en el despacho de mi padre, y allí hablaban y hablaban. ¿Qué había pasado? Preguntaba yo, pero solo me dijo Cristina, ¡eso no es cosa que se tengan que enterar los niños!

Algún tiempo después, un poco más mayor, supe que el sinvergüenza del novio la había dejado embarazada y se había largado abandonándola a su suerte, ¡Pobre Angelita!

En estos tiempos de ahora, un hecho de éstos, no se suele tomar como una tragedia en la mayoría de los casos, pero en aquellos tiempos, era espantoso. La mujer quedaba marcada para el resto de su vida, una madre soltera, manchada y mancillada para siempre, en una sociedad cruel, era señalada con el dedo acusador, y normalmente no habría otro hombre que quisiera casarse con ella. ¡Muy injusto! Pero así era.

Con la denuncia de mis padres, la Policía militar y la Guardia Civil fueron a la caza y captura del cobarde sinvergüenza. Había llegado a Zaragoza, y desde allí se lo trajeron detenido a Larache y como había desertado lo metieron en el calabozo una buena temporada no sin antes casarlo con Angelita. Ella era menor de edad, pues antes la mayoría de edad no se alcanzaba hasta los 21 años, y eso era doble culpa para el soldado sinvergüenza. Su deserción del cuartel y el haberse aprovechado de una menor y hacerle lo que le hizo, le costó la cárcel.

Mi madre que era también una madre para todas ellas, la cuidó y se ocupó de hacerle su ajuar y el de su hijo. Angelita tuvo a su hijito, como una mujer casada, y ese niño nació teniendo un padre reconocido. El problema se había solucionado.
Lo que nunca sabré, porque poco tiempo después nos fuimos a Venezuela y no la volvimos a ver, es si la pobre Angelita pudo ser feliz con ese hombre indeseable…