Ricardo, mi novio (entonces), terminó su carrera en Septiembre y lo contrataron en Dragados y Construcciones. Debía incorporarse a trabajar en Sevilla y nos quisimos casar en Octubre. Teníamos el tiempo justo, un mes, para mi pedida de mano preparar la boda y para encontrar un piso.

Mamá se vino con nosotros a Sevilla. Me “pidieron” y en dos días tuvimos que buscar una casa en donde vivir. La encontramos en la calle Relator, en el barrio de La Macarena. Con los nervios que teníamos y las prisas no me fijé mucho en el piso… la verdad.

Mi abuelo me preguntó: Niña, ¿Dónde habéis encontrado el piso? Y le dije, en la calle Relator. Él se nos quedó mirando un ratito, con su pipa en la boca y con sonrisa un poco maliciosa nos dice: En el barrio de los conejitos…

¿Cómo dices, abuelo? Y sin dejar de sonreír nos dijo, sí hija, en el barrio de las putas… Oh Dios mío, dije yo, y él sólo me advirtió que cuando saliese a la calle mirase modosamente al suelo sin levantar la vista.

Así quedo la cosa, no nos daba tiempo de buscar una casa en un barrio mejor y volvimos a Madrid pitando para preparar la boda, que como todas las bodas es una “tarea” espantosamente estresante. Por fin nos casamos, nos fuimos 10 días a Tenerife, y volvimos a Sevilla para empezar nuestra vida juntos.

Al entrar en el piso y soltar las maletas fue cuando empecé a VERLO de verdad. Había un salón espantosamente amueblado, tenía un sofá tapizado de plástico marrón, de esos que (con los calores de Sevilla) se te queda el culo pegado cuando llevas un rato sentada, una mesa y cuatro, para comer, un mueble grande de esos estilo Castellano pero feo y malo, con una mini televisión, que no funcionaba, una mesita baja delante del sofá de cristal con unas patas rabiosamente doradas, y encima un horripilante jarrón de cristal de varios colores, que era la figura de un cisne con las alas abiertas, como si estuviera a punto de salir volando, feísimo. Lo primero que hice fue esconderlo en un armario para no verlo, ni romperlo y así evitarme dolores de cabeza…

Pero eso no fue lo peor… levanto la vista y me veo, colgado en la pared encima del sofá, un inmenso cuadro de la Sagrada Cena de esos metálicos que tienen todas las figuras en relieve , y con un marco enorme dorado, que te tiraba de espaldas … El cuadro pesaba muchísimo y no me atreví quitarlo de su sitio, lo que hice fue retirar el sofá de la pared todo lo que pude, ya que pensé que si se nos caía encima cuando más tranquilitos estuviésemos, nos descalabraba, ¡eso seguro! …

La cocina era corriente y moliente, con una mini nevera, una mini cocinita para guisar y una mini mesita con dos taburetes, aunque eso sí, todo muy limpito ¡menos mal! El baño también era corrientito y vulgar y luego había un dormitorio con una cama de matrimonio espantosa de esas de respaldar de barras niqueladas brillantes, con una colcha bordada cateta y fea… creí que allí tendríamos que dormir, pero no… había otro dormitorio, el “principal” que daba al salón y que yo no había visto, y entré…

Me quedé clavada en la puerta… lo que mis ojos estaban viendo, no se lo podían creer… Había una cama grande con una colcha adamascada color rojo rabioso, unas cortinas de la misma tela, una cómoda y un armario enormes de formica brillante, de esos que tienen los espejos por fuera y reflejan todo lo que hay en la habitación, o sea, que veía colcha doble, cortina doble y todo doble… todo espantoso… dos mesillas de noche haciendo juego…y en las mesillas había unas lámparas doradas rebuscadas, con las pantallas de seda roja… pero además ¡las bombillas también eran rojas!, y cuando por la noche encendías las lámparas para acostarte, era como si entraras en el cuarto de los horrores del mismísimo infierno…

Cuando por las mañanas salía a comprar para hacer la comida, iba muy discretitamente vestida para que no me confundieran con una mujerzuela de las que vivían en esa calle. Me ponía un pañuelo en la cabeza, como las viejas de los pueblos, buen encajado tapándome la frente y mirando al suelo como me había recomendado mi santo abuelo, e iba cruzándome con otras mujeres, y lo que veía eran sus pies enfundados en esas zapatillas que había entonces de paño con unos pompones de peluche de colores… horribles, y si levantaba la vista, las veía que además iban con sus batas de ‘boatiné’ y sus rulos en la cabeza… Ellas iban tan tranquilas por la calle a hacer sus recados matinales con esas pintas, aunque me imagino que luego se pondrían otras vestimentas para hacer sus “ligues nocturnos”.

Me escapaba de esa casa a media mañana e iba a casa de mis abuelos, comía con ellos, ya que Ricardo comía en la empresa, y luego sobre las seis él me recogía para irnos los dos juntos a nuestro espantoso piso.

Me empecé a deprimir y antes de que me entrara la “depre gorda”, nos pusimos a buscar otro piso. Encontramos uno precioso en Los Remedios. Allí nacieron nuestros tres hijos y allí vivimos felices y contentos, hasta que nos fuimos a IRÁN.

Esto que me pasó no me hubiera ocurrido de haber tenido tiempo para encontrar una buena casa… Pero las prisas siempre son malas…
¡Ay, señor!.....